Desde hace un tiempo a esta parte la nube se fue apropiando de nuestra mente, es una nube de la que pocos teníamos conocimiento que existía, que la veíamos representada o contada por terceros pero que nunca había llegado a nosotros.
La nube, que puede llevar varios otros nombres y tener otras formas, se apoderó de mi pensamiento, de mis ganas, de mi energía, de mi inspiración, la nube está ahí presente y no se cómo se hace para dispersarla.
¿Te está afectando la nube? A mi sí, me quita las ganas de escribir, de hacer, las motivaciones, los fines, los objetivos. Está todo cancelado, denegado, obstruido.
Creo que la mente de cada individuo puede tener momentos borrascosos, esos días depresivos en los que no sabés que hacer, bajón, mala onda, malestar, te sentís insoportable y no te quedan ganas para hacer ni pensar nada.
Pero con las circunstancias del último año la nube se volvió permanente. Un día gris lo tiene cualquiera, un mes, dos meses, un año, ya es un problema. Cualquier cosa es un problema cuando se vuelve crónica y tener una nube permanente que interrumpe tus ideas no es precisamente algo que nadie quiera tener.
Por más que le pase a otros, gente que me rodea, cercana o lejana, no logro empatizar, porque estoy desconectado, gris, apagado. Saber que muchos otros lo estan sufriendo no me alienta, todo lo contrario.
Muchos conviven con esto a diario, algunos toda su vida, pero lo que solía ser algo puntual de ciertas psicopatías ahora es algo general, común, usual, repetido.
Cuando tus funciones cotidianas se ven afectadas, cuando el día a día se vuelve más pesado, aun cuando hay un sol hermoso y una temperatura adecuada, o tenés la heladera llena y todo resuelto, pero no podés salir de la nube. Hay un problema.
Todo esto los depresivos lo viven a diario pero ¿Y los que no sufrían de depresión? De pronto se encuentran ante los mismos síntomas, las mismas sensaciones, pero con la misma falencia: la imposibilidad de reconocer qué está sucediendo.
Es la nube, todo es gris, te faltan ganas, te faltan motivaciones, no existe sentido, sólo se existe pero sin un propósito.
Todo esto provocado por un sinfín de motivos totalmente identificables pero que, aun reconociéndolos, es imposible encontrar una solución al corto plazo.
El exceso de estrés, la monotonía del encierro, la falta de una salida clara hace que creamos que no hay camino, que hasta aquí llegó lo bueno y que ya no habrá nada más allá.
Lo peor de todo es cuando te encuentras con alguien que está con su mente enrarecida por la nube y uno no encuentra palabras de aliento ¿Cómo voy a alentar a un tercero si apenas puedo con mi propia nube?
En esa nube estamos metidos, muchos le encontraron la vuelta, otros dejan que el tiempo pase, algunos desesperan, otros ya fueron quebrados por la gris monotonía. No hay ganas, no hay energía, no hay futuro.
Pero ¿Todo esto es real? ¿Realmente existe una nube o tan sólo es un engaño de nuestra propia desesperanza? Al descubrir estas cosas poco a poco uno lo nota, se da cuenta que no todo es tan tasí, que algo está fallando, claro, pero no necesariamente es imposible encontrar la salida.
Hay que encontrarle pequeños propósitos a la existencia, esas pequeñeces que te entusiasman, llevarlas a cabo y finalizarlas. Concretar. Porque por más encierro al que te sometan, por más pérdida de momentos y tiempo de vida, si no hacés algo con el que está pasando se te desvanece. Todo tiempo pasado ya fue, ya dejó de existir y no volverá.
Tengo, tenemos, que hacer algo, empecemos ahora, después, cuando sea, pero empecemos.
Sabé que no estás solo pero, aun acompañado, no tengo mucho más para decir. Perseverar, insistir, seguir para adelante, no se me ocurre otra cosa.