Los más chicos seguramente no tengan idea lo que era estar en un ambiente atestado de humo, de que todo oliera a cigarrillo, absolutamente todo.
Paredes teñidas de amarillo, aulas de escuelas con una tenue nube, adultos que te hablaban desde su profundo aliento a Parissienes, el chofer del colectivo dándole a sus Particulares 30, el mundo, hasta no hace mucho, estaba lleno de humo de cigarrillo y con él se tapaban muchos otros olores que hoy se sienten en las ciudades.
El tabaco tuvo su pico fuerte en el siglo XX, accesible, barato, adictivo y con aditivos que lo volvían más adictivo y peligroso. Cual plaga se cargó a millones de personas enfermas de cáncer de pulmón, laringe, faringe, esófago y boca, y un día empezó su debacle y poco a poco lo fueron anulando.
No es que haya dejado de existir, pero si comparamos con lo que era en mi infancia (los 80s) está claro que el cambio fue radical, bestial, increíble y definitivo.
En los últimos años hubo una fortísima e implacable guerra contra los fumadores al punto que se transformó en condena pública y hoy el fumador de tabaco es un paria social en muchos ambientes. El que fuma se va a fuera.
Pero lo interesante, y de lo que quería comentar, es que en tan poco tiempo millones no han conocido el mundo aberrante de humo en el que los más viejitos nos criamos. Todo era humo.
En mi casa papá fumaba, llegó a fumarse hasta un atado por día en alguna época de mucho estrés, y no era el que más fumaba ni de los cigarrillos más negros, había gente que se intoxicaba con mucho, mucho más.
En casa ni mi hermano, ni mi mamá ni yo fumábamos, así que éramos los que lo volvíamos loco para que no nos fumara encima, él se quejaba, no lo dejábamos en paz decía, pero el olor de su cigarrillo post almuerzo lo tengo grabado en el recuerdo.
Salíamos de casa y el colectivero fumaba, hasta cuando empezaron las restricciones los colectiveros fueron de los últimos en sumarse, en cualquier medio de transporte el cigarrillo estaba presente, en el tren, hasta en el avión. Todavía hay alguna aerolínea de cabotaje reciclando las butacas de los años anteriores, tienen ceniceros en ellas, EN EL ASIENTO DEL AVIÓN.
Cuando era chico habían empezado a dividir entre la zona fumadores y la no-fumadores, la única separación era una pequeña cortina, el humo y el olor te llegaban igual, pero al menos no te lo tiraban en la cara.
En los restaurantes también había sector fumador, pero la nube invadía todo el lugar, hablo de lugares cerrados donde una tenue, pero resistente, nube hacía de filtro.
Este mismo filtro estaba en todos lados, si ibas a bailar no hacía falta una máquina generadora de humo para darle ese ambiente tan "cool", el humo lo generaba la gente. De hecho, hace poco me enteré que las típicas filmaciones y fotografías deportivas en lugares cerrados, como canchas de basket o peleas de box, tenían ese color azulado no por una diferencia de iluminación: era el humo.
En la facultad los profesores fumaban en el aula, en mi escuela la sala de profesores me remitía a una escena de Drácula, la nube ocultaba todo, la iluminación de una sola lámpara desde arriba daba la impresión de ser una sala de tortura de la Stasi, bueno, era la sala de profesores, sin humo también era la Stasi 😁
Mi viejo fumaba en el auto, el cenicero del auto estaba lleno de puchos, mi vieja lo puteaba cuando rebalsaba de colillas y recién ahí lo limpiaba, en casa teníamos ceniceros, en las fiestas se regalaban ceniceros, era un lindo presente, obviamente las casas de regalos tenían ceniceros. ¿En la clase de cerámica en la escuela? Ceniceros hacíamos, creo que era lo primero que aprendías a hacer.
Entrar a un bar era encontrarse con un grupo de viejos fumando los más oscuros cigarrillos del pasto más rancio, marcas inexistentes hoy en día, sus dientes estaban todos marrones, los dedos también. En el bar el cenicero era un triangulito de chapa con el logo de Cinzano.
El rector de mi colegio vivía fumando, cuando no lo hacía con su boca tenía el tic nervioso de seguir pitando el cigarro, murió de cáncer, como era de esperar.
El olor, todo tenía olor a cigarrillo, a ceniza, a tabaco, a mi me encantaba el olor del tabaco cuando se encendía por primera vez, antes de que se transformara en ceniza, un olor hermoso que duraba un instante, porque inmediatamente después era el aroma del infierno, el horror, la muerte, como estar en un campo de concentración.
Es que los "fumadores pasivos" éramos prisioneros, el hijo de puta que inventó ese eufemismo para decir que nos estábamos tragando toda la basura del suicida que no nos había pedido permiso para acompañarlo al cadalso.
Cuando empezaron las restricciones los fumadores se opusieron, en algún punto hubo que obedecerlas y bares y restaurantes, edificios públicos, escuelas, hasta la sala de profesores, todo pasó a ser un lugar libre de humo.
Y al irse el humo, al no olerse más esa ceniza permanente, aparecieron los olores.
Esos olores estaban ahí, estuvieron siempre presentes, pero el cigarrillo tenía la increíble capacidad de ocultarlo todo.
Podías estar en la cama de un hotel en habitación fumador y no oler el cadáver que tenías debajo, ni que estuviese bien podrido, el pucho lo tapaba todo. Hasta teñía las paredes de marrón! (por el alquitrán que tiene).
De pronto la humanidad se encontró con una nueva realidad, el mundo olía feo porque lo habíamos dejado ensuciar al no darnos cuenta que todo eso otro que estaba, emanaba mucho olor.
Cualquier bar pasó de ser un lugar con olor a cigarrillo a oler a cerveza podrida y vómito rancio, la profesora que había dejado de fumar porque el médico le había dicho basta ahora olía a whisky, bueno, sí, muy sana no era, pobre Viola, profe de matemática, su combo era explosivo a las 9 de la mañana cuando se acercaba a explicar algo.
El otro día leía a uno contar que el subte de New York olía terriblemente a cigarrillo y ahora huele a meo, A MEO, eso era lo que ocultaba el pucho, la enorme cantidad de gente que mea en las estaciones.
Es que el hormigón absorbe todo, el meo queda impregnado, el cigarrillo también, una vez liberado del humo, es el reino del meo.
El smog, el olor a basura, todo lo malo emanó... pero también lo bueno.
Hoy ir a tomar un café te permite sentir el aroma del café, en vez del triangulito de chapa cargado a explotar de colillas que te tapa el cafecito, ahora el café podés sentirlo y te volvés exigente, querés un buen café, ya no ese ácido de batería que te servía el gallego que, como no era tano, no tenía puta idea de cómo hacer un café bueno y encima compraba del más barato.
Los olores volvieron, los habíamos anulado durante un par de siglos, el tabaco sigue siendo un negocio enorme aunque en occidente creamos que está muerto, no, para nada, en el mundo se producen 5.78 millones de toneladas métricas al año, China es el principal productor y consumidor, seguido de lejos por EEUU, Alemania, Indonesia, Reino Unido y Rusia.
Lo que recuperamos de olfato pocos lo reconocen, como que quedó en el olvido, hoy en una fiesta los fumadores se van a un balcón, se fuman uno o dos cigarrillos, no están como un escuerzo fumando un atado en la cara de los demás.
Aparecieron los pelotudos usando el "cigarrillo electrónico" para tratar de volver a transformarlo en algo cool, pero el vaping resulta ser tan perjudicial para la salud como cualquier cosa que metas en forma de vapor/humo en tus pulmones que nacieron para respirar, no para tragar humo.
Y si bien hay más olor a meo que antes😁 no se imaginan lo bien que nos hace oler todo eso que nos estábamos perdiendo.